Apertura, 9 Marzo, 2021
PROXYCO Gallery, 121 Orchard Street, New York, NY 10002

 

Dice brazos anudados a piernas y las llamas subiendo.
— Clarice Lispector, Água Viva

Siento que la pintura aparece hoy y antes y durante todo lo que puede y no puede ocurrir, porque de alguna manera es inevitable; sus sustancias se filtran entre la vida de quien ha de llevarla a cabo a cuenta gotas, pero sin descanso. Las obras recientes de Lucía Vidales reconocen esta inevitabilidad de manera ansiosa pero también clara. En ellas nos da encuentro un mundo luminoso y en ocasiones flamígero; iluminaciones vertiginosas cuyos constantes cambios de dirección parecieran homenajes a una energía usada para pintar, pero también homenajes para la sombra de esa misma energía, su agotamiento.

De los límites de cada pintura corre un sistema de fuerzas hacia el centro, torsiones y extremidades en uso y descanso. Existe una separación, una cosa pendiente que se multiplica y que nos hace detectar la constante vibración de las líneas y las sombras. Sombras nerviosas que transforman los brazos que las proyectan. Cuerdas y cabellos que vibran y centellean entre el espacio de un cuerpo y las partes de sí mismo que huyen a los bordes del cuadro. Los cuerpos que no encuentran descanso es algo que aparece frecuentemente en la obra de Lucía Vidales. Las fuerzas que tienden a los ejes verticales indican la incapacidad de encontrar el reposo horizontalizado de todo lo que cae sobre la tierra o descansa bajo ella. Poco a poco estos cambios transforman el tono de las figuras, y sus preocupaciones se nos tornan evidentes. Muchas son miradas clavadas al ojo que las emite; rostros propios y autofigurados que miran desde una flexión al interior de su propia pintura. Aquí llueven los signos de algo trágico o catastrófico, pero también los de un mundo que parece haber sido siempre así: una posición incómoda que dura una eternidad.

Las figuras se entienden bien entre sus áreas encendidas al interior. Campos cuyas afectaciones considero nada disímiles a la proverbial luz artificial que emitieron los focos de Guston, que tanto han interesado a Lucía Vidales. Es este tipo de velo el que también recuerda a alguien pasando su tiempo en contra de su propia paz, una noche despierta, anticlara y llena de preguntas. En este mundo insomne corren como hormigas por sus túneles los ecos de numerosas formas. Formas que se almacenan por esquinas y se derraman en flujos cuya energía conspira contra sus propios pasos, tal y como se desplaza el sueño que corre por las venas de quien no puede venir.

Entre todas estas contraposiciones, surge una potente estructura para la pintura, la idea de que su instrumento puede ser a la vez tambaleante y preciso. Aunque quizás colapsando, las seres que aquí se reúnen no han sido dejadas a su suerte, la pintura que se ha creado para ellas es una compañía nerviosa, pero muy bella, y sus historias son también parte de una imaginación cuya fidelidad a la pintura desea llevarnos lejos, entre el merecido reparo, y hasta la más severa de las inquietudes.

 

— Christian Camacho